Jaime Pinos



Jaime Pinos Fuentes nació en Santiago en 1970. Es Licenciado en Literatura de la Universidad de Chile. Fue editor del sello La Calabaza del Diablo y de la revista homónima. En 1997 publicó la novela Los bigotes de Mustafá, mención honrosa en el Premio Municipal de Santiago. En 2003 publicó el libro de poesía Criminal. Actualmente es editor de la revista digital Lanzallamas.

Menciona a:

José Ángel Cuevas, Roberto Contreras, David Bustos, Carlos Henrickson, Galo Gigliotto, Camilo Brodsky, Víctor López, Cristian Aedo, Edson Pizarro, Raúl Hernández, Kurt Folch, Andrés Anwandter, Martín Gubbins, Pablo Paredes, Carlos Soto.


Poesía:


Vista general

En el espacio,
la ciudad se extiende
sin control,
como una hoguera,
piedra por piedra,
calle por calle,
consumiendo el paisaje,
llenándolo de gente, ratas y pájaros sucios.
Aquí,
la cultura es salvaje
y se construye lo mismo de savia que de sangre.
El hábitat,
un pequeño gran vertedero de la modernidad periférica
al pie de Los Andes,
bajo el inmenso cielo de América.

En el tiempo,
la ciudad se desvanece
bajo el rigor de los cíclicos terremotos
o a manos de la afición nacional por las demoliciones.
Aquí,
nada se conserva,
todo se destruye.
Los lugares y las cosas
apenas ofrecen resistencia
a la continua disolución de este pueblo fantasma,
ahogado en el río del olvido
donde todo cambia sin permanecer.


Humo

Como tupido velo,
la férrea cortina de humo
cubriéndolo todo.
La neblina densa
de gas y de polvo
gravitando,
depositándose,
sucio sedimento,
sobre los habitantes y las cosas

Aquí se vive
como dentro de una caja cerrada,
en la jaula viscosa del smog.

Peces enfermos
en las aguas podridas de un mar muerto,
boqueamos en medio de la enorme nube oscura.
Nadamos en ella,
llenando las branquias
con su tufo metálico.
El veneno que asfixia a la ciudad
(la televisión mostró hoy los hospitales atestados de niños y de viejos)
es nuestro líquido elemento.

Aquí ni siquiera el cielo es horizonte.
Y la mirada,
hecha humo,
ya no es capaz de ver una cordillera,
aún estando al pie.

Aquí,
como dentro de una caja o una jaula,
transcurren la vida y la muerte
sin respiro.


Pánico

Estridente ulular de las sirenas,
rojo de las balizas
destellando
cuando cae la noche
y la escenografía del pánico
se hace más patente.

Aquí el miedo es parte del paisaje.

La paranoia,
una minuciosa construcción social
urdida por intereses y consorcios
cuyo negocio es propagar
la sensación del asedio,
la solitaria indefensión del habitante
frente al enemigo interno.
La ocupación policíaca,
una política de Estado
aceptada por la inmensa mayoría
deseosa de vivir en paz
soslayando la cotidiana guerra de clases,
sus consecuencias sangrientas.

Aquí se vive bajo sospecha.

Todos los gatos son negros
cuando cae la noche
en las calles,
a cada minuto más desiertas
y caminan los últimos transeúntes,
desconfiando de su propia sombra,
apresurados,
rumbo al hogar
y su tibio amparo
de rejas,
alarmas
o pistolas
bajo la almohada.


Domicilio

Fuera de la existencia impersonal en la ciudad,
el domicilio como acotado espacio de lo sentimental.
Objetos como talismanes,
metáforas nimias pero tangibles de la propia biografía,
vestigios conservados para retener en la memoria
la sustancia de otros días, su aura perdida.
Fotografías, retratos, recuerdos de viaje, reliquias familiares.
Cosas íntimas sobrepuestas
en el ámbito neutro y meramente funcional
que definen la arquitectura y el mobiliario.

Escenario privilegiado del exceso que somos,
el domicilio como lugar donde acontece lo doméstico.
Ese orden inestable
que revelan los detritos de la vida cotidiana:
la pasta de dientes a medio terminar,
el diario abandonado en el sillón,
los zapatos perdidos,
las tazas vacías sobre la mesa.
La geometría aleatoria de las cosas
puestas fuera de lugar,
una y otra vez,
en los mínimos desplazamientos del habitar.

Dentro de la vida política de la ciudad,
el domicilio como otro teatro de sus operaciones.
Aquí,
la demostración de uno fijo o legal
es requisito para la existencia civil y económica.
La propiedad de una vivienda,
una aspiración mayoritaria y un conflicto social.
La seguridad residencial
una obsesión justificada por la atmósfera del pánico.
Aquí,
el calor de hogar
se vive a puertas cerradas,
mientras los homeless,
los desalojados, los invisibles,
se agolpan por un plato de comida
frente a las puertas del llamado
Hogar de Cristo.


Separación

La ciudad está organizada
según el principio de la segregación.
Ciudades dentro de la ciudad,
los guetos se sitúan
a uno y otro extremo de la escala social.
Arriba, los ricos,
amurallados,
consumen el producto de la acumulación.
Abajo, los pobres,
a la intemperie,
se consumen en el rigor de la supervivencia.
Un tramado de impermeables membranas,
mantiene ambos territorios sociales
rigurosamente incomunicados.
Al interior de sus respectivos sectores,
demarcados por el límite
del temor o la sospecha,
ricos y pobres se mueven
cuidando no traspasar la frontera interna.
El extenso muro invisible
que oculta a unos de otros,
que los separa a uno y otro lado
de la ciudad dividida.

La vida está organizada
según el principio de la competencia.
El sistema productivo impone
el individualismo a ultranza
como moral e ideología.
La selección natural
como norma de convivencia.
La vida privada
como único lugar de los afectos.
Lo demás,
el espacio público,
un eriazo hiperpoblado,
la experiencia cotidiana de la separación.
La multitud de los solitarios,
el abismo de distancia
que media entre una y otra biografía.
Cada uno en su claustro,
en su diminuta celdilla hermética,
viviendo su vida.
La multitud de los desconocidos,
nuestros semejantes,
ese vacío en que nos movemos,
a golpes o a empujones,
codo a codo
con nadie.


De 80 días (Deriva de Santiago) Texto inédito.

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